Cuando nos referimos al duelo, inmediatamente lo asociamos a una reacción emocional de comportamiento que genera sufrimiento y dolor tras una pérdida; pues se presenta con uno o más sentimientos de tristeza y frustración que a la larga, permitirán aceptar que un ser cercano o querido ya no compartirá momentos físicos con nosotros; generando en muchos casos, rupturas en su proyecto de vida.
Por ello, cuando se recibe la sorpresiva noticia del fallecimiento de este ser; se experimentan varios estados emocionales, a partir de los cuales podemos sentir variaciones en nuestra manera personal de percibir el mundo, interpretar los acontecimientos e incluso cambiar nuestro comportamiento frente a ellos.
Estos estados, que explicaremos posteriormente, incluyen dimensiones físicas, mentales, emocionales y espirituales que paulatinamente deberán ser reacomodadas en una nueva forma de vivir, después de la pérdida, para posteriormente llegar al restablecimiento personal, social y familiar.
Un aspecto fundamental para lograr este restablecimiento y reacomodación, difícil de por sí en la mayoría de los dolientes, es encontrar herramientas que permitan aceptar la pérdida, aminorar la tristeza e incrementar las energías que al verse disminuidas inducen pensamientos y sensaciones sobre la vida; que en ocasiones pierde sentido, lo que constituye una señal de alerta , pues en estos casos, el duelo podría tender a volverse patológico, es decir, un duelo enfermizo o de difícil manejo a partir de la incapacidad de la persona para aceptar la muerte, con ello, la reincorporación a la vida cotidiana en escenarios sociales, laborales y de esparcimiento ocasionada por ansiedad, la ejecución de prácticas autodestructivas o sensaciones incapacitantes de vacío.
“pues en estos casos, el duelo podría tender a volverse patológico, es decir, un duelo enfermizo o de difícil manejo a partir de la incapacidad de la persona para aceptar la muerte, y en consecuencia desarrollar una dificultad para la reincorporación a la vida cotidiana en escenarios sociales, laborales y de esparcimiento. Esa incapacidad es ocasionada por la ansiedad, la ejecución de prácticas autodestructivas o sensaciones incapacitantes de vacío”
Aunque existen muchas técnicas, para superar dichos episodios, una clave para disminuirlos, es incrementar el valor a la vida y reacomodar la existencia. Esto consiste en enfocar los pensamientos positivos en todas aquellas experiencias, que vividas con este ser querido, engrandecieron nuestra existencia a través de las enseñanzas positivas y los momentos significativos que albergaremos en nuestro corazón, lo cual es válido, incluso, cuando existen sentimientos encontrados hacia el fallecido que puede ser honrado desde la fortaleza interna que nos permitió hallar en nosotros mismos.
Cuando hablamos de un proceso de duelo y sus componentes, también es muy valioso comprender y aceptar que todos los seres humanos somos diferentes, vivimos nuestros duelos de manera individual (no comparable con la forma en que lo experimentan otras personas), lo cual lleva a que algunas formas particulares de vivirlos pueden ser inesperadas.
A continuación, explicaremos los estados más comunes en los procesos de duelo, que podrán variar según las características particulares de la muerte, rasgos de personalidad del fallecido y las relaciones que los dolientes hayan construido con él y que pueden servirle para comprender la etapa del proceso en la cual un individuo se encuentra.
“Cuando nos enteramos del fallecimiento, regularmente entramos en estados de sorpresa, estupor o shock, que pueden derivar en otros estados de mayor alteración y reacciones inesperadas”
Inmediatamente después surge un estado de negación; ya que estamos en un choque emocional que se traduce en la sensación de imposibilidad de aceptar la realidad de que se han perdido para siempre los minutos, segundos y horas que compartimos con esa persona.
Por ello, en ese momento, es natural sentir tristeza; querer llorar, gritar ya que la vida dispuso que ya no compartiremos más momentos físicos con ese ser; la mayor desesperación ya que no se tiene control en muchas ocasiones de nuestro actuar. Por lo cual se hace importante la presencia de la red de apoyo del doliente, que serán los llamados a contenerlo su familia, amigos o seres cercanos, para evitar la toma de decisiones equivocadas y acciones que pudieran poner en riesgo su integridad física, mental, emocional, social y familiar.
Represión de emociones y sentimientos, ante los cuales es ideal la intervención de un profesional o un ser querido de confianza que facilite la exteriorización de los sentires profundos de la persona, para evitar riesgos asociados a la salud y la posibilidad de psicosomatizaciones, es decir, enfermedades producto de estados emocionales conflictivos.
En caso de que la persona no acepte apoyo externo para manejar sus emociones, es conveniente también conservar la calma pues, por naturaleza, estas en algún momento saldrán y manifestarán el dolor de la pérdida
Racionalización, auto convencimiento a partir de ideas lógicas que, si bien aportan para superar un difícil momento emocional, podrían encubrir emociones, para lo cual es útil utilizar las técnicas anteriormente descritas.
Incapacidad de manifestar sentimientos o exceso de exteriorización, producto de sentimientos encontrados con el fallecido, producto de relaciones conflictivas, caso en el cual la red de apoyo debe permitir la expresión de sentimientos por parte del doliente, sin que medien los juicios o los juzgamientos, pues un fallecido, si bien no es bueno ni malo, tuvo contactos diferentes con las personas que interactuó, desde ahí cada una contará su historia particular, la cual es válida en su mundo y digna de comprensión por los demás.
Un tercer momento, básico en la etapa inicial del duelo, es la disposición de las honras fúnebres, la preparación de las prendas que serán usadas en el cuerpo del conocido o ser querido y, posteriormente, la experiencia del proceso de velación, que justamente será el puente saludable hacia el desprendimiento final.
Es desde este enfoque, que la velación tiene implicaciones sumamente importantes y sanadoras para nuestra cultura, pues si bien, puede generar crisis momentáneas, es especialmente útil para generar muchas acomodaciones mentales y emocionales, elaborar sentimientos asociados a la frustración, el enojo y la ira, y, además, tomar decisiones sobre la forma en que es oportuno despedirnos.
Terapéuticamente, la velación permite elaborar saludablemente el duelo; No es lo mismo inhumar a un fallecido sin la velación que permite asimilar la pérdida, que desprenderse abruptamente de la última evidencia de la existencia de este ser: el cuerpo.
Un aspecto maravilloso desde la resiliencia, como la capacidad de reponernos ante las situaciones de difícil manejo, es que tanto la tristeza como el duelo son profundos y únicos en cada ser humano; por lo cual, en esta tercera etapa, son reacciones comunes la búsqueda de culpables por las ideas de la vida y la muerte que tiene cada ser, momentos inconsolables de llanto, dificultad en la respiración, sensaciones de enfermedad o debilidad y la disminución del apetito originados por la frustración y la impotencia de algo que no se puede revertir: La muerte.
En este tercer momento, aferrarse a las palabras de tranquilidad que manifestaba en vida ese ser tan importante; reconocer los aprendizajes a partir de experiencias significativas que tuvimos con él, recordar las voces grabadas en nuestra mente o, incluso, hablarle al cuerpo inerte regula y aminora los impactos de la ira contra personas u objetos.
Este será el momento propicio para reconocer que aferrándonos a recuerdos poco favorables, solo se generarán más mecanismos de negociación, se crearán falsas ilusiones con esperanza de que todo sea un mal sueño y que al ser contrastado con la realidad generará un mayor estado de tristeza y abandono que hará más difícil el desprendimiento final en el proceso de cremación o inhumación (destino final en tierra o bóveda), que serán las pruebas irrefutables de la salida de este ser querido del mundo de sus dolientes y sobrevivientes.
Posterior a la inhumación o la cremación (destino final), experimentaremos diferentes estados que irán de la euforia, la melancolía, la serenidad, hasta la depresión que en estos estados no es considerada como un trastorno mental, sino como un conjunto de síntomas que se presentan en el doliente desde su vivencia del vacío y que al reconocerse, como en el caso de las adicciones, son el primer presagio positivo sobre la capacidad del doliente para resignificar su vida, aunque sea necesaria una primera crisis existencial donde los recuerdos, poco a poco, se transformarán en recursos emocionales que perdurarán toda la vida.
Por ello la muerte es el inicio del recordar y del vivir, ya que esto es la base de la perpetuidad, la trascendencia y del nunca olvidar.
Psi. Jeison Andrés Cárdenas Gómez
Asesor familiar de duelo red nacional