¿Alguna vez has experimentado una situación dolorosa con alguien a quien valorabas profundamente, y esa experiencia alteró tu perspectiva y tus sentimientos hacia esa persona? Este tipo de vivencias son prácticamente universales y, con frecuencia, trascienden los lazos más cercanos para abarcar diversos entornos y relaciones. Pero ¿qué factores influyen en la disminución o transformación de esos sentimientos? Elementos como la naturaleza de la relación, la magnitud de la transgresión y la intensidad del dolor pueden desempeñar un papel crucial. Desde la perspectiva de la víctima, es comprensible que los aspectos negativos se vuelvan prominentes, eclipsando en ocasiones los intentos de enmienda por parte del otro. Esta delicada balanza entre experiencias compartidas y el evento doloroso puede agravarse por emociones como el odio y la humillación, perpetuando el resentimiento.

La cuestión que surge es: ¿merece la pena aferrarse a tanto sufrimiento y a sentimientos negativos hacia otro individuo? Idealmente, la respuesta sería negativa, aunque en ocasiones los entornos fomentan la venganza y desvirtúan la virtud del perdón al considerarla una muestra de debilidad. Otro obstáculo para perdonar surge cuando el perpetrador no demuestra remordimiento ni intenciones de disculpa. Sin embargo, detrás de todo este conflicto existe un dolor que se profundiza con el tiempo, alimentando pensamientos obsesivos y destructivos. Este proceso desgasta energía y afecta a nivel emocional, físico y psicológico. Es crucial reconocer que invertir tiempo y esfuerzo en mantener recuerdos dolorosos y en resistirse al olvido no contribuye a la paz interior.

Para dejar atrás los sentimientos de rencor y venganza, es imperativo abrazar la noción de perdón. Aunque pueda parecer sencillo en teoría, en la práctica se convierte en un desafío considerable. El acto de perdonar es pasivo en su naturaleza, pero conlleva un compromiso activo de superar el resentimiento. Es importante entender que el perdón no implica olvidar, sino más bien ser consciente del daño infligido para trascender las emociones negativas. A través de este proceso, se busca atenuar los juicios perjudiciales, las actitudes negativas y las emociones dolorosas. Este proceso de autocuración permite que la herida cicatrice, aceptando que el pasado no puede cambiar, pero sí podemos moldear el futuro. La clave reside en modificar nuestros pensamientos, cultivar la empatía y la compasión hacia los demás y hacia nosotros mismos, priorizando la tranquilidad y la serenidad mental.

Enright y sus colaboradores (2015) nos brindan un enfoque de cuatro fases para desarrollar la capacidad de perdonar:

  1. Descubrimiento: Reconocer y enfrentar el dolor, siendo consciente de las emociones que provoca y reconociendo tanto la propia herida como la falla de la otra persona.
  2. Decisión: Reflexionar sobre el perdón, sopesando sus aspectos negativos y positivos en un acto consciente.
  3. Actuación: Contextualizar el suceso, explorando las circunstancias que llevaron al otro a causar daño y viendo a esa persona como un ser humano con sus propias vulnerabilidades.
  4. Resultados: Facilitar la sanación del dolor al disminuir la magnitud del daño, descubriendo aspectos positivos en la persona con la que se busca perdonar.

Estas etapas enfatizan la importancia de no negar ni reprimir la situación, sino de abrazarla, identificando las emociones y considerando al otro como un individuo con su propia complejidad. Este camino nos guía hacia el perdón, un proceso que implica liberar el alma y desterrar el miedo. Como afirmó Nelson Mandela: "El perdón libera el alma, elimina el miedo. Por eso es una herramienta tan poderosa. Las personas valientes no temen perdonar en aras de la paz."

Psi. Aura Cristina Gómez Moreno

Psicóloga

Asesora familiar de duelo